14 noviembre, 2025

Llamadme Ismael...

 

Moby Dick
La ballena
Herman Melville


Hace 174 años -un 14 de noviembre de 1851- apareció por primera vez Moby-Dick, la ballena blanca. Aquel gran leviatán literario emergió para convertirse en una de las obras mayores de la narrativa norteamericana. Herman Melville nos embarca en el Pequod, un ballenero comandado por el implacable capitán Ahab y cuyo viaje conocemos a través de la voz de Ismael, uno de los integrantes de la tripulación.

Debo admitir que, al principio, no era una lectura que me llamara particularmente. Tan solo ver aquel volumen descomunal me producía una especie de desazón anticipado. Además, la historia había sido endulzada, manoseada y exprimida hasta el cansancio por el cine y la televisión. Lo irónico -y aquí Melville podría guiñarnos un ojito desde el siglo XIX- es que la novela, que efectivamente es una gran novela, me mantuvo en vilo: solo hasta el capítulo 133 (de un total de 135) la famosa bestia blanca se digna a aparecer.

La advertencia estaba ahí, desde la introducción: no sería una lectura sencilla. En Estados Unidos, su lectura es obligatoria en la escuela, en un paralelo más o menos equivalente al papel del Quijote en España. Allá se dice que Moby-Dick es “un libro para hacer una tesis”, y no es exageración. La obra es compleja, tupida de alegorías, repleta de referencias religiosas, políticas y filosóficas que desbordan con generosidad y paciencia del lector mediante.

Melville, viendo como aún
no lees Moby-Dick

Para mí, además de todo eso, terminó siendo un tratado fascinante sobre los balleneros del siglo XIX. Melville ofrece una auténtica cátedra sobre la estructura de aquellas naves, los instrumentos utilizados para la caza y un inventario minucioso de cetáceos, con sus usos y propiedades. El cachalote, o ballena de esperma, ocupa un lugar privilegiado: era, por supuesto, uno de los espécimenes más codiciados por los balleneros.

No puedo dejar de mencionar que los soliloquios de los tripulantes del Pequod están impregnados de una poesía profundamente prosáica -poema en prosa en su mejor acepción, si se me permite la aclaración-. Sorprende el dominio de la pluma de Melville: el lenguaje, las imágenes, su ritmo, y sobre todo, la elegancia precisa con la que escoge cada palabra para nombrar una acción o un pensamiento. Ese es, creo, el sabor que más perdura después de terminar el libro. Y, al mismo tiempo, deja la vara peligrosamente alta para quienes se dedican a escribir: uno siente que el lenguaje cotidiano -y en particular el español- se desliza hacia una decadencia que a veces parece irremediable. Son pocos quienes lo mantienen vivo y en su sitio; la mayoría apenas logra expresarse con claridad y adopta con descaro decenas de anglicismos que, lo confieso, detesto.

Leer esta novela me espabiló el sentido autocrítico y me hizo querer afinar más mis futuros escritos. Y, ya entrado en alegorías, me atrevo a ver en la sociedad un Pequod lingüístico a la deriva, amenazado por la decadencia del propio idioma. Al final, el barco se hunde, sí, pero Ismael sobrevive. Y en ese gesto mínimo -un solo hombre aferrado a un ataúd salvavidas- me gusta pensar que también sobrevive nuestro idioma.

Después de todo, la espera interminable por la aparición de la ballena, así como la monomanía incesante de Ahab, me dejan entrever un espejo curioso en nuestra relación con el lenguaje. Así como Melville se tomó su tiempo -más de cien capítulos- antes de mostrar a su criatura, también nosotros vamos recorriendo, bordeando y, a veces, esquivando el sentido poderoso de las palabras, hasta que finalmente se revela la frase exacta, la palabra precisa. Leer Moby-Dick me recordó que el idioma, cuando se cultiva con rigor y paciencia, puede seguir siendo un territorio vasto, indómito y vivo.

Pienso que el hundimiento del Pequod a manos (mandíbula, aletas y cola) de la ballena, adquiere un significado inesperado: la nave, cargada de obsesiones y desvaríos, se pierde; pero Ismael se salva. Él es el testigo, el que convierte el desastre en relato. Y, llevado al terreno de la metáfora, quizá en ese único sobreviviente se encuentre lo que hoy necesitamos: una conciencia despierta que vigile la claridad del idioma frente a su propio oleaje de decadencias y modas pasajeras.

Finalmente, Moby-Dick no es solo una ballena: es un recordatorio de que nuestro idioma merece ser buscado con la misma terquedad pero con menos fatalismo que el que impulsó a Ahab. Porque, si tenemos éxito, siempre habrá un Ismael dispuesto a contarlo de nuevo y a mantener vivas las palabras.

#elkindledemoro



31 agosto, 2025



Me resulta asombroso -y profundamente alarmante- que aún existan personas que justifican, o incluso celebran, la sistemática eliminación de un pueblo entero, el palestino, bajo la premisa de que su religión o cultura produce violencia por naturaleza. Tal afirmación no sólo carece de fundamento científico o histórico, sino que ignora verdades documentadas: por ejemplo, que Hamas fue originalmente apoyado y financiado en sus primeras etapas por el propio Estado de Israel, (1) como estrategia para debilitar a la OLP (Organización para la Liberación de Palestina), su rival más acérrimo y nacionalista. 

Es necesario, como ciudadanos del siglo XXI, que cuestionemos la narrativa dominante cuando los hechos y los documentos históricos apuntan en otra dirección. Por ello, comparto este libro rigurosamente documentado, que desentraña la historia de Palestina en el contexto del poder global, la geopolítica y los intereses que moldean el futuro del mundo moderno.

Porque si realmente creemos en la civilización, el progreso y la humanidad, no podemos permitir que se normalice la idea de que un pueblo puede ser borrado del mapa sin consecuencias morales o intelectuales.

Fuentes:

(1) * 

https://swprs.org/why-israel-created-hamas/

https://www.wsj.com/articles/SB123275572295011847

#SancionesAIsrael

#FreePalestine

24 junio, 2025

El abrigo rojo

 

Imagen superior izquierda de Schindler´s List (1993). Resto de imágenes, collage del autor con fotografías de la realidad que impera en Palestina y Medio Oriente. Créditos a quien corresponda. 


Sin temor a equivocarme, una de las escenas más emotivas y dramáticas de La lista de Schindler (1993) es aquella en la que una niña judía con un abrigo rojo recorre las calles. La película, presentada en su totalidad en blanco y negro, resalta únicamente el color de ese abrigo en las escenas donde ella aparece.

Schindler’s List fue dirigida y coproducida por Steven Spielberg, con Liam Neeson en el papel de Schindler y Ralph Fiennes como el oficial de las SS. Si algo tienen en común las películas de Spielberg sobre la Segunda Guerra Mundial es su constante enaltecimiento del pueblo judío -por razones comprensibles- . Sin embargo, su jugada maestra, en mi opinión, fueron esas breves pero poderosas escenas de la niña del abrigo rojo. Dicen mucho sin pronunciar una sola palabra.

Independientemente de los múltiples análisis que se han hecho sobre la película, para mí, la imagen de esa niña representa la infancia robada por las tropas del pintor austriaco; una clara alusión al sufrimiento que vivieron entonces los niños judíos, y al destino final de esa pequeña figura que camina sola entre el horror... Y la historia se repite.

Hoy, casi en tiempo real, podemos atestiguar las atrocidades que el ejército de Israel comete contra los palestinos, en especial contra los niños. Los mayores ya han entendido que pueden morir en cualquier momento. Han perdido el sueño de llegar a ser adultos, porque una bala o un misil puede cortarles la vida en un instante. Los más pequeños -de tres, cuatro o cinco años- viven bajo un trauma constante: el estruendo de los bombardeos y el zumbido mortal de los drones. Según las declaraciones de algunos políticos del Estado de Israel, esos niños son el enemigo, y no deben vivir para no convertirse, algún día, en potenciales vengadores.

Me avergüenza que la mayoría de la gente pase de largo ante esta atrocidad. Que permanezcamos inmóviles, envueltos en la indiferencia, asumiendo que no hacer nada no tiene consecuencias. Tiempos desafortunados los que vivimos. Aun así, puedo mirar a mis hijos a los ojos con dignidad, aunque sé que es poco lo que puedo hacer para aliviar la tragedia que viven los niños palestinos y sus familias.

Si eres de los que piensan que no se puede hacer nada, yo te digo que SÍ SE PUEDE. En el enlace de abajo encontrarás una página con herramientas para ejercer presión a los representantes de nuestro gobierno, para que actúen de inmediato. Es indispensable manifestarles que exigimos sanciones a Israel y el fin de toda complicidad. Gracias por haber llegado hasta acá.

Es cuanto.


#SancionesAIsrael
#sancionesaisraelya
#Palestina
#PalestinaLibre
#FreePalestine

12 junio, 2025

Casa Damasco, de Maruan Soto Antaki

Cuando tomé este libro no tenía expectativas claras sobre su contenido. Sin embargo, al pertenecer a la colección de Alfaguara, supuse que sería una lectura provechosa. El resultado, en mi opinión, se parece a elegir en el supermercado un limón de aspecto perfecto: brillante, terso, prometedor… pero al cortarlo y exprimirlo, el jugo no fluye. Así me dejó Casa Damasco: con la sensación de algo prometedor que no me termina de convencer.

No diría que está mal escrito; al contrario, tiene una prosa correcta, aunque por momentos los pasajes en tercera persona me resultaron soporíferos. Había fragmentos en los que la voz de la protagonista, Wissam, emergía con más fuerza. Maruan nos sitúa: Wissam es una mujer mexicana con ascendencia siria, atada por lazos de sangre a un país lejano que atraviesa una guerra brutal. Viaja a Siria para tratar de resolver asuntos pendientes con su familia materna. A veces, las relaciones familiares se desgastan por heridas no sanadas, por silencios, por distancias físicas y emocionales. Cuando la comunicación falla y el tiempo transcurre sin contacto, las familias pueden convertirse en desconocidos… o peor aún: en desconocidos indeseables, cuyo único vínculo real es la sangre.

La historia transcurre en pleno conflicto bajo el régimen de Hafez al-Ásad, en una Siria devastada por la guerra civil, cuyas secuelas aún persisten. El libro llegó a mí en un momento en que me siento profundamente indignado por lo que ocurre en Gaza: el genocidio que el Estado de Israel perpetra contra el pueblo palestino, mientras tantos lo ignoran o prefieren no mirar. Eso es lo que más duele: la ceguera voluntaria, el desinterés frente al hambre, las bombas, los disparos de francotiradores. La gente de aquí dice “no se puede hacer nada”, pero sí se puede, solo hay que encontrar los modos, aunque no sean fáciles. A veces nos indigna más la derrota de nuestro equipo de fútbol que la sonrisa de una niña a la que un médico le ajusta el vendaje en lo que solían ser sus piernas.

Aunque la prosa de Maruan Soto Antaki no logró cautivarme del todo, Casa Damasco me dejó un sabor amargo, el de saber que, en algún otro lugar del mundo, hay gente que sufre, que llora, que busca entre los escombros los nombres de sus muertos. Ese sabor persiste, como una verdad que no podemos -ni debemos- ignorar.


#elkindledemoro



20 abril, 2025

Las gracias, siempre.


Meme tomado de la red.
Créditos a quien corresponda
Porque en estos días (y en muchos otros, lo confieso), escucho a las personas agradecer a Dios cuando les suceden cosas buenas o se libran de alguna tragedia.

Si todo viene de Dios, no tendría sentido agradecerle solo lo bueno. O se le agradece todo -lo que alegra y lo que duele- o seamos honestos: no creemos que controle nada. Lo incoherente es atribuirle los milagros, pero no las cosas malas.

La idea de que el demonio se encarga del mal es un consuelo inventado: si Dios es omnipotente, lo abarca todo, incluso lo que nos cuesta entender. Tal vez su papel no es evitarnos el dolor, sino darnos un sentido dentro de él. Y si eso es así, entonces también hay que decir gracias, aunque duela.

Pensarlo así no es herejía, es coherencia (bueno, sí, un poquito de herejía pero más coherencia). Solo es una reflexión personal de alguien que no se para nunca en la misa dominical ni por equivocación.

Feliz domingo de Pascua. 

18 abril, 2025

Historia del tiempo. Mi opinión del libro.


Hace algunas semanas terminé de leer La historia del tiempo de Stephen Hawking. Un libro fascinante... pero complicado. Y eso que el propio Hawking, en la introducción, promete que no incluiría ninguna ecuación porque -cito- eso le reduciría las ventas a la mitad. Sin embargo, sí coló la más célebre de todas: la de Einstein. No se resistió.

Este libro habla de cosas grandes. Y cuando digo grandes, me refiero a la velocidad de la luz, la gravedad, la radiación, las estrellas, la mecánica cuántica, y de paso, unos cuantos físicos que se han quebrado la cabeza tratando de entender de dónde salió todo este enredo llamado universo. Si todo comenzó con el Big Bang, ¿qué había antes? ¿Y quién encendió la mecha?

Hawking, con una prosa brillante y elegante, también habla de Dios. No lo ataca, pero lo deja en una posición incómoda. Dice que: "la gente ha llegado a creer que Dios permite que el universo evolucione con un conjunto de leyes en las que él no interviene para infringirlas". Es decir, si Dios creó el universo, lo hizo con el manual bajo el brazo y después se desentendió. Lo más travieso es que, en medio de toda su genialidad, Hawking nos trollea desde su silla y su teclado, con esta joya: "Si usted recuerda cada palabra de este libro, su memoria habrá grabado alrededor de dos millones de unidades de información: el orden de su cerebro habrá aumentado aproximadamente dos millones de unidades... y eso si usted recuerda todo lo que hay en este libro".

La lectura fue una delicia. Enriquecedora y compleja, como debe ser. Eso sí, necesitaré una segunda vuelta para que me baje bien, como con el Pedro Páramo de Rulfo: a la primera, no entiendes nada; a la segunda, todo comienza a tener sentido. Es un libro que merece la relectura.

Lo mejor, sin embargo, no fue ni Hawking ni las ecuaciones. Fue encontrar, entre sus páginas, una nota manuscrita de mi papá. Eso fue lo más bonito. Lo demás -el universo, el tiempo, la expansión del universo- puede esperar.

#Hawking

#HistoriadelTiempo

#elkindledemoro