Imagen superior izquierda de Schindler´s List (1993). Resto de imágenes, collage del autor con fotografías de la realidad que impera en Palestina y Medio Oriente. Créditos a quien corresponda. |
A veces es necesario dejar salir lo que uno carga, que encuentre sustancia y que llegue a otros ojos. Pensamientos enredados, emociones que no se acomodan, silencios que insisten en hacerse oír. Este espacio es eso: un respiro, una fuga, un punto de fuga. No vengo a dar respuestas, apenas a soltar lo que me habita. Lo comparto porque a veces, al escribir, también se ordena lo que parecía no tener forma.
Imagen superior izquierda de Schindler´s List (1993). Resto de imágenes, collage del autor con fotografías de la realidad que impera en Palestina y Medio Oriente. Créditos a quien corresponda. |
No diría que está mal escrito; al contrario, tiene una prosa correcta, aunque por momentos los pasajes en tercera persona me resultaron soporíferos. Había fragmentos en los que la voz de la protagonista, Wissam, emergía con más fuerza. Maruan nos sitúa: Wissam es una mujer mexicana con ascendencia siria, atada por lazos de sangre a un país lejano que atraviesa una guerra brutal. Viaja a Siria para tratar de resolver asuntos pendientes con su familia materna. A veces, las relaciones familiares se desgastan por heridas no sanadas, por silencios, por distancias físicas y emocionales. Cuando la comunicación falla y el tiempo transcurre sin contacto, las familias pueden convertirse en desconocidos… o peor aún: en desconocidos indeseables, cuyo único vínculo real es la sangre.
Aunque la prosa de Maruan Soto Antaki no logró cautivarme del todo, Casa Damasco me dejó un sabor amargo, el de saber que, en algún otro lugar del mundo, hay gente que sufre, que llora, que busca entre los escombros los nombres de sus muertos. Ese sabor persiste, como una verdad que no podemos -ni debemos- ignorar.
Meme tomado de la red. Créditos a quien corresponda |
Este libro habla de cosas grandes. Y cuando digo grandes, me refiero a la velocidad de la luz, la gravedad, la radiación, las estrellas, la mecánica cuántica, y de paso, unos cuantos físicos que se han quebrado la cabeza tratando de entender de dónde salió todo este enredo llamado universo. Si todo comenzó con el Big Bang, ¿qué había antes? ¿Y quién encendió la mecha?
Hawking, con una prosa brillante y elegante, también habla de Dios. No lo ataca, pero lo deja en una posición incómoda. Dice que: "la gente ha llegado a creer que Dios permite que el universo evolucione con un conjunto de leyes en las que él no interviene para infringirlas". Es decir, si Dios creó el universo, lo hizo con el manual bajo el brazo y después se desentendió. Lo más travieso es que, en medio de toda su genialidad, Hawking nos trollea desde su silla y su teclado, con esta joya: "Si usted recuerda cada palabra de este libro, su memoria habrá grabado alrededor de dos millones de unidades de información: el orden de su cerebro habrá aumentado aproximadamente dos millones de unidades... y eso si usted recuerda todo lo que hay en este libro".
La lectura fue una delicia. Enriquecedora y compleja, como debe ser. Eso sí, necesitaré una segunda vuelta para que me baje bien, como con el Pedro Páramo de Rulfo: a la primera, no entiendes nada; a la segunda, todo comienza a tener sentido. Es un libro que merece la relectura.
Lo mejor, sin embargo, no fue ni Hawking ni las ecuaciones. Fue encontrar, entre sus páginas, una nota manuscrita de mi papá. Eso fue lo más bonito. Lo demás -el universo, el tiempo, la expansión del universo- puede esperar.
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