12 junio, 2025

Casa Damasco, de Maruan Soto Antaki

Cuando tomé este libro no tenía expectativas claras sobre su contenido. Sin embargo, al pertenecer a la colección de Alfaguara, supuse que sería una lectura provechosa. El resultado, en mi opinión, se parece a elegir en el supermercado un limón de aspecto perfecto: brillante, terso, prometedor… pero al cortarlo y exprimirlo, el jugo no fluye. Así me dejó Casa Damasco: con la sensación de algo prometedor que no me termina de convencer.

No diría que está mal escrito; al contrario, tiene una prosa correcta, aunque por momentos los pasajes en tercera persona me resultaron soporíferos. Había fragmentos en los que la voz de la protagonista, Wissam, emergía con más fuerza. Maruan nos sitúa: Wissam es una mujer mexicana con ascendencia siria, atada por lazos de sangre a un país lejano que atraviesa una guerra brutal. Viaja a Siria para tratar de resolver asuntos pendientes con su familia materna. A veces, las relaciones familiares se desgastan por heridas no sanadas, por silencios, por distancias físicas y emocionales. Cuando la comunicación falla y el tiempo transcurre sin contacto, las familias pueden convertirse en desconocidos… o peor aún: en desconocidos indeseables, cuyo único vínculo real es la sangre.

La historia transcurre en pleno conflicto bajo el régimen de Hafez al-Ásad, en una Siria devastada por la guerra civil, cuyas secuelas aún persisten. El libro llegó a mí en un momento en que me siento profundamente indignado por lo que ocurre en Gaza: el genocidio que el Estado de Israel perpetra contra el pueblo palestino, mientras tantos lo ignoran o prefieren no mirar. Eso es lo que más duele: la ceguera voluntaria, el desinterés frente al hambre, las bombas, los disparos de francotiradores. La gente de aquí dice “no se puede hacer nada”, pero sí se puede, solo hay que encontrar los modos, aunque no sean fáciles. A veces nos indigna más la derrota de nuestro equipo de fútbol que la sonrisa de una niña a la que un médico le ajusta el vendaje en lo que solían ser sus piernas.

Aunque la prosa de Maruan Soto Antaki no logró cautivarme del todo, Casa Damasco me dejó un sabor amargo, el de saber que, en algún otro lugar del mundo, hay gente que sufre, que llora, que busca entre los escombros los nombres de sus muertos. Ese sabor persiste, como una verdad que no podemos -ni debemos- ignorar.


#elkindledemoro



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